Llegó arrastrando la resaca de vidas pasadas que ya sabía que no iban a volver. Fue injusto por tu parte pretender que superaría a su predecesor, así, de primeras. Y poco a poco remontó el vuelo, con buenos viajes en buenas compañías en busca de la arquitectura que nunca seremos o creemos que seremos capaces de hacer.
Y entre risas y buen zumo llegó el tiempo del disfraz, de conocer lugares cálidos donde comer es un placer y reír y bailar una obligación. Y todo marchaba, rulaba con normalidad.
Pero cae una pieza clave, de primera línea, que duele en días como hoy, pero que a tus 23 recuerdas con todo lo recordable pues él estaba en su vida antes de que le pudieses recordar. Y el calor sube, el calor del hogar.
Y poco a poco, un proyecto nuevo. No de los de proyectar, si no de ilusionar. Y le conoces. Y trabajas para que la gente recupere la ilusión. Para que no les frene el desatino de unos cuantos. Para que no yerren como erraron. Para que confíen donde otros están desconfiando. Para no perder la sonrisa. Y desde entonces, aún no la has perdido.
Y las flores estudiaron y demostraron su valía. Luces, fuego y desenfreno se sucedió. En la punta norte, en su oeste querido y volvió a ese sur, a esa tierra de volcán que hace que se sienta como en casa. Fotografiar y ver. Hablar y cantar. Bailar, bailar, bailar. Beber, bailar, beber. Y pasear. Ocasos vienen, otros se van. En la ciudad.
"Bajando por donde los garitos, dejándome caer por la cuesta abajo..." Risa de ciudad, esfuerzo de ciudad. Esfuerzo, forzar, fuerza. Diseñar es un placer, como el dormir sin dormir. Como las luces al final del túnel que traen la libertad de pararte a pensar lo que escribes y lo que haces.
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